Se llamaba Piadosa. Era una mentira pequeña y algo tímida que había llegado a este mundo por cosas de la vida, sin que ella hubiera tenido en absoluto ninguna intención de existir. Nació un buen día en la boca de Antonia y su nacimiento inesperado no había sido precisamente una fiesta. Apenas unos segundos antes no era nada, pero mercerd a las circunstancias del momento fue concebida e inmediatamente nació. Sólo Antonia, su compasión, y el hijo póstumo del suicida fueron testigos de aquella especie de milagro. El niño había preguntado a Antonia:
-¿Cómo murió mi padre?
Antonia había contestado:
-Creo que de un paro cardiaco, pero no me hagas mucho caso... algo de eso he oído. Piadosa había nacido, pero había resultado tan pequeña y tan frágil que pasaba desapercibida para todos. En realidad sólo Antonia, su madre, sabía algo de ella. Póstumo insistió en hacer preguntas (ya había cumplido 11 años, tenía uso de razón, se lo cuestionaba todo):
-Entonces, ¿murió de una enfermedad?
Piadosa necesitó fortalecerse para enfentarse a una pregunta tan directa y aplacarla. Necesitaba poder ser ambigua. Vaciló un poco antes de salir esta vez.
-Bueno... -dijo Antonia-. Algo así, aunque no exactamente.
Había visto en los ojos del niño algo que estaba creciendo también. Algo... en el fondo... que era muy indefinido, cambiante. Tomaba múltiples formas y parecía volverse más opaco cada vez...
Se parecía al mar. Igual que él se agitaba.
Antonia se había estremecido. Pero el niño seguía preguntando, ahora con evidente impaciencia:
-Antonia... ¿qué es suicidarse?- inquirió, cuidando en pronunciar bien cada sílaba.
Piadosa no sabía qué forma tomar para enfrentarse con las dudas del niño y complacerlas sin tener que decirle la verdad. Sus dudas eran extraordinariamente ágiles, y parecían mutar a cada momento. Piadosa empezó a sospechar que la verdad estaba entre ellas. Eso las hacía tan poderosas... -Póstumo, hijo... qué preguntas haces...
-¿Mi padre se su-i-ci-dó?- volvió a hacer hincapié en cada sílaba.
Piadosa se hizo fuerte esta vez. Salió diciendo desde los labios de Antonia:
-¡Desde luego que no!. ¿De dónde has sacado semejante idea, niño?
Antonia empezaba a derrumbarse, y Piadosa ante la impotencia de su madre, decidió intervenir con absoluta autonomía. Parecía que las palabras se hubieran independizado del pensamiento consciente de Antonia cuando empezó a decir:
-Tu padre murió como un héroe. Estaba cazando cuando un jabalí le atacó por la espalda, con la embestida se le disparó el arma y la bala le atravesó el corazón.
Piadosa había vencido. Otra vez se adivinaba una luz en el niño, sus ojos habían vuelto a brillar al contemplar a Piadosa en todo su esplendor explicarle con tanto convencimiento lo mala que era la gente y cómo disfrutaba inventándose historias, y el poquísimo caso que había que hacerles... que lo que pasaba era que todos llevaban unas vidas tan vacías que tenían que entretenerse de alguna manera... que estuviese tranquilo que su padre había sido una buena persona, valiente y trabajador y no como los padres de esos bestias que le habían contado semejante barbaridad...