Para el Gran Kikowski
Este es uno de los relatos que Graves escribió en la isla de Mallorca.
Primo, va por ti...
"6 TOROS BRAVOS, 6"
Robert Graves
"Mi querida tía May:
¡No adivinarás nunca lo que me pasó ayer, que era el día de la Ascensión, además de ser mi cumpleaños! Me encontré con el cartero nuevo en el portal y me entregó tu felicitación, que decía: "Ya tienes once años" ¡Muchísimas gracias! Era un hombre joven con el pelo muy largo, y quería saber lo que quería decir esto de la postal, así que se lo expliqué. Luego quería saber si conocíamos a una familia extranjera llamada Esk. Le dije: "No, pero ¡enséñeme las cartas, por favor!", y todas eran para papá; había diez -William Smith, Esq.- y hacía una semana que las tenía el cartero. Así que los dos nos pusimos muy contentos. Luego le conté que el señor Colom iba a llevarme a la corrida como regalo de cumpleaños, y se le iluminó la cara como una linterna china. Yo le pregunté:"¿Son toros bravos?" y me contestó: "Hija mía, ¡son un escándalo!", y yo le pregunté: "¿Cómo que un escándalo?".
Entonces me explicó que Poblet, el matador más veterano, había escrito a su amigo don Ramón, que tenía un cortijo cerca de Jerez y que iba a suministrar los seis toros para la corrida, pidiéndole que los enviase de poco peso porque había pasado la gripe y no se encontraba muy bien, ni tampoco los otros dos toreros, Calvo y Broncito; le dijo que le pagaría bien a don Ramón y que arreglarían las cosas discretamente con el empresario de la plaza. De modo que todo quedó concretado, hasta que el nuevo capitán general de Mallorca, que es el presidente de la plaza y persona muy correcta, fue a ver los toros cuando los desembarcaron. Le dio un vistazo a uno y dijo:
"¡pésenlos!". Los pusieron sobre la báscula y pesaban algo así como media tonelada menos de lo que corresponde. Entonces dijo: "Devuélvalos en seguida y telefonee para que manden más". La segunda remesa acababa de llegar por barco. EL cartero nuevo me dijo que eran un desastre y que más bien parecían unos insectos muy especiales y peligrosos.
Mi amigo el señor Colom es en realidad crítico musical, pero este empleo no le reporta nada, sólo unas cuantas pesetas a la semana y se gana la vida haciendo de crítico taurino. Un torero profesional gana unas dos o tres mil libras por corrida, y por consiguiente su empresario puede permitirse pagar bien a los críticos para que diga cuánto genio y cuánto valor tiene, aunque no los tenga.
El señor Colom escribe lo que realmente piensa de los conciertos, pero con las corridas es diferente, pues le hace escribir el artículo el propio empresario, luego lo repasa para corregir las faltas gramaticales, le añade algunas cositas y lo firma. Es la costumbre.
En fin, fuimos el señor y la señora Colom y yo; había unidades de la flota norteamericana en el puerto y dos marinos americanos se sentaron a nuestro lado. Por lo visto, el capitán general en persona había medido los cuernos y le había dicho al encargado de los toros:
"Cuando estas bestias estén muertas, volveré a medir los cuernos. Si los han cortado y vuelto a afilar, alguien irá a la cárcel". Luego había examinado las picas para asegurarse de que no tuviesen las puntas más largas de lo que está permitido, y también mandó a un veterinario para que vigilase que nadie les diera un laxante a los toros para debilitarlos. Parecía que íbamos a disfrutar.
El capitán general estaba en el palco presidencial y después del paseíllo sonaron los clarines y soltaron el primer toro. Era un toro como una catedral y salió disparado como el Ángel de La Muerte. Pero cuando los subalternos salieron a capotearlo se oyó un rugido repentino, con fuertes protestas, y todo el mundo gritó: "¡Bizco, bizco!", porque el toro desviaba la vista y no respondía al capote. Entonces el capitán general hizo que se llevaran al toro y Poblet, que era quien debía matarlo, sonrió maliciosamente porque no había sustitutos para los toros.
Uno se había ahogado al resbalar por la plancha del barco y a otro le había dado una cornada un compañero. El capitán general parecía estar furioso.
El toro siguiente era muy feroz y los peones corrieron a ponerse a salvo detrás de los burladeros. Uno de ellos no pudo llegar hasta el burladero y entonces se precipitó hacia la barrera, la escaló y escapó al callejón que hay detrás. El toro lo persiguió y también saltó la barrera, rompiendo la cámara y las gafas de un fotógrafo de prensa, y dándole un susto de muerte. La gente se reía a carcajadas. Luego volvieron a sonar los clarines y "entró la caballería", como dice siempre el señor Colom cuando entran los picadores. El toro embistió de lleno al primer caballo, antes de que el monosabio que lo guiaba lo hubiese colocado en la posición correcta y lo dejó hecho papilla. El picador se quedó debajo, dando patadas con la bota que le quedaba libre al hocico del toro. Uno de los dos marinos americanos se desmayó y su amigo tuvo que llevárselo en brazos. Cuatro americanos más se desmayaron en diferentes lugares de la plaza; son unas personas muy sensibles.
Este toro era el de Broncito. Broncito es un gitano que está prometido a la hermana de Calvo. Es muy supersticioso y aquella mañana se había encontrado con tres monjas que caminaban juntas y le dijo a Calvo que no iba a torear. Calvo le contestó:
"Entonces no serás mi cuñado. ¿Serías capaz de deshonrarme ante el público? No querrás que mate tus toros además de los míos, ¿verdad? A mí tampoco me gustan, ¿sabes?". Así que Broncito prometió que torearía. Bueno, al picador no le hicieron daño; ésos nunca se hacen daño. Los subalternos consiguieron que se apartase el toro y los monosabios ayudaron al caballo a levantarse; parecía que estaba bien. Y los picadores, al igual que los banderilleros, hicieron bien su trabajo. Pero Broncito estaba temblando. Dio unos cuantos pases muy pobres, colocándose lo más lejos posible, y luego ofreció una plegaria a la Virgen de la Seguridad, la que salva a los toreros de la muerte, alejando a los toros con un simple movimiento de su capa azul.
Por suerte, el toro se había cuadrado y estaba en posición de recibir, así que Broncito le dio estocada y lo mató a la primera. El público estaba furioso porque casi no había visto faena, y la faena es lo que pagan por ver.
El tercer toro era de Calvo, y Calvo estuvo muy valiente debido a la vergüenza que sentía por Broncito. Hizo docenas de pases estupendos, pases por alto, pases naturales y también algunas verónicas y algunos faroles que todo el mundo juzgó maravillosos, menos el señor Colom. Había conocido al gran Marcial Lalanda, que fue el primero en perfeccionarlos, y dijo que los de Calvo eran bruscos y faltos de genialidad; aunque, claro, eso no lo podía escribir en su periódico. Calvo mató a la segunda y le premiaron con las dos orejas. Su primer monosabio le cortó también el rabo y se lo dio, pero el capitán general sólo había otorgado dos orejas, así que al peón le multaron con quinientas pesetas por su atrevimiento.
Después del intermedio, con cacahuetes y agua mineral, le tocó de nuevo a Poblet. Su toro entró paseando tranquilamente, miró a su alrededor y luego se tumbó en medio del suelo. Después de mucho pincharlo y mortificarlo, a lo que el toro no hizo ni caso, tuvieron que hacer salir un grupo de bueyes blancos y negros con cencerros, que entraron brincando en el ruedo y engatusaron al toro hasta hacerle salir con ellos. ¿Conoces el cuento del toro Fernando? Pues el final está equivocado. Los toros como Fernando no vuelven al cortijo a comer margaritas. Siento decirte que un guardia civil les pega un tiro fuera del ruedo, como a los desertores de las batallas.
El público se estaba impacientando. Abucheaban y silbaban como locos, pero el quinto toro (el de Broncito otra vez) era una supercatedral, de color de jabón y cuernos como colmillos de elefante. Broncito estaba aterrorizado y cuando vio que había derribado a los caballos antes de que los picadores pudieran usar sus picas, y que sólo un banderillero había sido lo suficientemente alto como para poderle clavar bien su par de banderillas, se puso más blanco que la pared. Hizo ver que faenaba pero el toro le persiguió por todo el ruedo y el público se reía por los cuatro costados y le gritaba bromas de mal gusto. Él les amenazó con el puño y pidió la muleta roja y la espada, y entonces, ¡adivina!, asesinó al toro clavándole la espada en los pulmones mientras hacia un pase, en lugar de hacerlo como está mandado, entre los omóplatos. Hubo un silencio terrible entre los españoles, pues no podían creer lo que habían visto -era como si se disparara contra un zorro-, pero los marinos americanos le aclamaron con tremendos gritos de entusiasmo, porque creían que Broncito había hecho una cosa muy inteligente. Luego, claro está, las aclamaciones quedaron ahogadas por un frenético abucheo, y el capitán general se levantó y empezó a soltar maldiciones, muy enfadado. Acto seguido, dos guardias arrestaron a Broncito y se lo llevaron a la cárcel.
EL último toro fue, sin discusión, el mejor de los seis, y Calvo estaba más ansioso que nunca por salir a presumir. Quería las dos orejas y el rabo y el otro rabo (que casi nunca se da), y cuando se dispuso a torear brindó el toro al público y luego hizo una faena estupenda, estupenda de verdad, fantástica. Hay una especie de repisa a todo lo largo de la barrera, que sirve de escalón a los peones cuando trepan a ella para ponerse a salvo. Pues se sentó allí, para no tener escapatoria alguna cuando el toro le embistiera, y en esta posición hizo los pases. Después se arrodilló, y dejó que los cuernos del toro rozaran el adorno dorado de su pechera. A continuación hizo unas estupendas verónicas y entonces, de pronto, dio media vuelta y se alejó, dándole la espalda al toro, que se quedó mirándole como un tonto. Calvo les había hecho señas a todos sus peones para que se quedaran bien alejados, y la gente se puso loca de contenta. Pero un idiota tiró su sombrero al ruedo, haciendo que el toro dejara de fijarse en la muleta, y el animal le dio a Calvo una cornada en el muslo, cogiéndole y lanzándole al aire, y luego otra vez al suelo. Entonces el toro intentó matarle. No sé cuántos marinos se desmayaron. Estaba demasiado ocupada para contar.
De pronto, un espontáneo, vestido con un uniforme gris y con el pelo largo, se arrojó sin más al ruedo, agarró la espada de Calvo y su muleta roja, y alejó al toro. ¡Era nuestro despistado cartero nuevo! Y mientras los monosabios se llevaban a Calvo a la enfermería, faenó el toro con mucha valentía y le aclamaron apoteósicamente, aún más fuerte que a Calvo, e incluso el capitán general aplaudió a pesar de que el cartero estaba cometiendo un delito.
Todo el mundo esperaba que Poblet saliera a rematar al toro, pero a Poblet también le habían arrestado por insultar al teniente de la Guardia Civil porque éste había insultado a Broncito, así que no quedaba ningún matador. Pero Calvo pidió permiso para que el cartero acabase con el toro, por haberle salvado la vida. El capitán general accedió. Yo empecé a hacerle señas como una loca, y el cartero reconoció mi vestido amarillo y me brindó el toro a mí - ¡a mí, tía May! - porque era mi cumpleaños y por lo del señor Esq. Y aunque el pobre chico era rústico y no tenía arte alguna, como dijo (y escribió) el señor Colom, consiguió matar a su enemigo a la segunda intentona.
Entonces, claro, también lo arrestaron. Lo hacen con todos los espontáneos. Pero el capitán general le dejó en libertad, con una amonestación y una caja de auténticos puros habanos.
Recibe un beso de tu sobrina que te quiere,
MARGARET
2 comentarios
Comentario De: reatratado Visitante
Comentario De: Carolina Miembro
Ustedes se lo pierden porque es un relato genial, lleno de
ese fino humor que no todo el mundo capta. Esto debería haber estado lleno de comentarios agradeciéndome las molestias tomadas para transcribir el texto… Pero ya caerán, ya. Tarde o temprano caerán…
Tan largo como que no lo leen. Joer lo que hay que hacer para dar satisfacción post rera.
;-)