El insólito caso de Benjamín Callejuelas
Benjamín Callejuelas no tardó nada en encontrar otra vivienda. El mismo día que abandonó a Sofía, se instaló en casa de una vecina a la que ya hacía tiempo que le había echado el ojo. Marta le gustaba, sobre todo, por su sabiduría gastronómica. Como habían simpatizado y compadecida por el expolio que había sufrido, en seguida se prestó a echarle una mano. Para empezar, por un módico precio le alquiló una habitación. Luego, y movida por la caridad cristiana, se ofreció a cocinar para él todos sus caprichos. Eso fue decisivo. El día que Marta le cocinó el patorrillo de cordero, casi pierde el sentido. A partir de ese día no pudo pensar en ella sin asociarla con un perfecto estado de satisfacción. Decidió levantarle un monumento y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, descargó en la terraza un pedrusco que luego arrastró hasta el salón para tallarlo allí mismo.
Marta, posaba por las tardes para él, vestida con una ligerísima sábana enroscada a ella por debajo de los brazos. Benjamín aporreaba la piedra con una especie de cincel grande al que atizaba golpes con un martillo. Los vecinos, a eso de las 6 de la tarde, protestaban golpeando en los tabiques medianeros. Algunos, aporreaban directamente la puerta de Marta.
Una tarde mientras posaba semidesnuda sobre el macetero de terracota, Marta sintió cómo una especie de temblor la sacudía, y antes de haber tenido tiempo de reaccionar poniéndose a salvo, el suelo se vino abajo y Marta se encontró atravesando los techos de varios vecinos entre una nube de polvo y de cascotes.
(Continuará... Ahora, me las piro a Maleján)