Te escondiste entre los jirones de tu escritorio y tropezaste con los entresijos de una vida que no habías tenido tiempo de archivar. Eran como tus tuercas y tornillos todos esos instantes clavados en pedazos de papel.
Algunos parecían ventanas encendidas en la oscuridad. Otros eran tan cálidos que te disuadían del olvido. Y había un recuerdo náufrago que te hizo señales de humo con una polvorienta bandera rasgada… bandera de alguna patria antigua… alguna patria antigua y lejana a la que te empeñaste en regresar...
Mi sombra se proyectaba en el asfalto hasta que llegó a ser más suya que mía. Las piedras tenían dedos que me señalaban. El aire olía a sangre aún sin coagular. Miles de insectos zumbaban por dentro de mi sien. No había más que hacer. El cuerpo del delito sólo habría sido un cuerpo más entre los millones de cuerpos que se descomponen cada día.
Pensé que nunca nadie lo llegaría a notar, pero ya había quitada la primera piedra.
Me he vestido con alas, pero el tiempo no ha dejado de pasar.
El tiempo, ese concepto relativo, pasa. Pasa a nuestro pesar y; a pesar de que no exista,pasa.
Y el frío no desaparece aunque yo quiera. Se ha instalado en mis huesos y aunque quiera no se va.
Mis propios pensamientos se me escapan.
Aquí, sentada, persiguiendo huidizas sombras, acechando tus miradas para no acabar secuestrada por su sueño, indagando los misterios de la nada. Aquí, el tiempo no me cabe en el reloj. Aquí la verdad no resuelve las dudas, ni la intuición me avisa de mis intenciones. Si escribo esto es para desistir de leer entre tus líneas.
Si no lo destruyo, tal vez sea por error.